Recuerdo vívidamente aquel verano en que aprendí a nadar en un «cursillo» en la piscina municipal, hace muuuchos años.
Primero, con flotador. Los monitores, poco a poco, lo deshinchaban y al final me sentí tan segura con el pingajo de plástico y nadaba tan tranquila.
Pero llegó el momento de tirarme del trampolín. ¡Se veía tan grande la piscina!
Íbamos tirándonos de uno en uno. Estar en la fila era un momento difícil: tienes que mostrar valor, te tienes que atrever, aunque estás muerta de miedo. Porque ni sabes cómo será el salto ni si tu rudimentaria habilidad para patear te salvará de ahogarte.
Esta niña consciente del peligro, poco lanzada, nada aventurera se habría bajado del trampolín. Lo confieso. Si no fuera porque una mano experta y que creía en mí, me empujó por la espalda. Fue el empujón que necesitaba.
¡Qué alivio! Ya no tuve que pensar más. No me tuve que esforzar para encontrar desesperadamente estas migajas de valor. Desapareció la angustia justo antes de saltar al vacío. Y, muy importante: otro había tomado la decisión por mí. Y esto me liberó de la responsabilidad de decidir.
Al fin, te encuentras en el agua, sacas la cabeza, respiras, mueves brazos y piernas como un perrito y aquí no ha pasado nada. ¡Alegría! Y orgullosa de la hazaña.
Pues esto es lo que nos pasa muchas veces en la vida. Y especialmente en el trabajo cuando nos enfrentamos a esta oferta que anhelábamos pero que es imponente. Cuando nos proponen para un cargo directivo, cuando nos invitan a un programa de televisión o a dar una ponencia. Cuando hay una vacante atractiva pero no nos atrevemos a aplicar, no sea que nos acepten.
Una de las consultas que más me hacen mis alumnas y asesoradas es «𝘏𝘢𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘰𝘱𝘰𝘳𝘵𝘶𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥. ¿𝘔𝘦 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘰?» Y luego me cuentan todos los argumentos en contra de presentarse, los miedos, las objeciones, las remotas posibilidades que tienen de ser elegidas…
Y mi respuesta siempre es la misma: 𝑺𝒊́. 𝑪𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂 𝒍𝒐 𝒐𝒋𝒐𝒔 𝒚 𝒅𝒂 𝒖𝒏 𝒑𝒂𝒔𝒐 𝒂𝒅𝒆𝒍𝒂𝒏𝒕𝒆. 𝑻𝒊́𝒓𝒂𝒕𝒆 𝒂 𝒍𝒂 𝒑𝒊𝒔𝒄𝒊𝒏𝒂.
Me acuerdo del monitor que me empujó en el trampolín: lo hizo porque estaba seguro de que no me iba a ahogar, de que tenía mis propios recursos.
Moraleja: Si tú no te atreves, si te debates entre tomar el sol en el césped o tirarte al agua que te cubre, busca quién te empuje.
Muchas veces buscamos la respuesta en otras personas porque confían más en nosotras que nosotras mismas y porque nos liberan de las responsabilidad de tener que elegir una opción que nos puede cambiar la vida.
Si necesitas este empujón, escríbeme. Cuéntame y te ayudo a tomar la decisión.
¡Lo contenta que estarás cuando te hagas cada día estos largos con el estilo de Mireia Belmonte!